Se cuenta en algún libro antiguo que al pedirle Dionisio de Siracusa a Platón la constitución ateniense, éste prefirió regalarle las comedias de Aristófanes (445-380 a. C.). La sabia decisión del filósofo se explica por la estrecha relación que guardaban las obras del dramaturgo griego con la realidad política, social y cultural de Atenas. Los más distintos aspectos de la vida cotidiana y de los personajes del poder están en esas páginas cómicas: la “nueva educación” (Las nubes), los tribunales de justicia (Las avispas), el demagogo y el belicista (Los caballeros), la riqueza (Pluto), los gobernantes (Las aves), la guerra (La paz), Eurípides (Las ranas), por mencionar algunos. Junto a Cratino, Aristófanes encarna la sátira política convertida en arte dramático. Políticos, magistrados, guerreros, sofistas y ricos, todos fueron escarnecidos por el genio insolente del poeta y crítico.
En la comedia Lisístrata (414 a. C), el tema es la guerra. Aristófanes elige como protagonista a una mujer ateniense (Lisístrata), perspicaz y enérgica, que decide convocar a las mujeres de Atenas, de Beocia y del Peloponeso, para un asunto de gran importancia: detener la guerra que está arruinando a Grecia (La Guerra del Peloponeso comenzó en 431 y terminó en 404 a. C.). Convencida de lo poco que se puede esperar de los hombres, ávidos de poder y dinero, Lisístrata anuncia que la salvación de Grecia se halla en manos de las mujeres (“Sobre nosotras descansa la República”) y les hace una sorprendente propuesta: “Mujeres, si queremos obligar a los hombres a hacer la paz, es preciso declararnos en huelga… de la cosita”. Todas las mujeres, propone Lisístrata, deberán evitar la relación sexual con sus maridos hasta verlos inflamarse por el deseo y la desesperación: “Abstengámonos y ellos harán rápidamente la paz. Estoy segura de ello”. A pesar de que algunas se oponen al principio, como Calónice (“Haré todo lo que tú quieras […] Todo antes que renunciar a la cosita; pues no hay nada en el mundo que se le iguale”), al final todas aceptan y se aglutinan en la Acrópolis.
En una de las escenas más memorables de la obra, un magistrado interviene para interrumpir la conspiración (“Bastante se ha demostrado ya la desvergüenza femenina, con sus tamboriles, sus orgías sin fin y sus gritos”), pero gracias a la habilidad y el vigor discursivo de Lisístrata, la huelga se mantiene incólume. Esta situación inusitada arroja pronto a sus primeras víctimas. Cinesias, con una repentina y crecida tensión que le consume el cuerpo y le impide caminar debidamente, acude a la Acrópolis para encontrarse con Mirrina, su mujer. Pero ésta, fiel al plan de Lisístrata, se niega a satisfacerlo. En esta escena, Aristófanes utiliza su ingenio cómico para hacer arder a Cinesias en una pira intolerable de deseo por su mujer (que sólo juega cruelmente con él): “¡Maldita mujer! Me veo listo, preparado y desnudo, ¡y ella me abandona! ¿A quién deberé dirigirme, cuando la más hermosa de todas se burla de mí? ¿Y cómo darle alimento a este deseo?”.
La abstinencia masiva de las mujeres se vuelve insoportable no sólo para los hombres atenienses, sino para aquellos de Beocia y del Peloponeso, donde Lisístrata había enviado representantes. Por esta razón, con incómodas y gigantescas protuberancias, comienzan a llegar embajadores de la paz a Atenas para firmar el cese de la guerra en Grecia. No pueden estar más sin sus mujeres. La estrategia había sido un éxito.
Como el teatro era la verdadera escuela de la vida en la antigua Grecia, Aristófanes aprovechó cada una de sus obras para cuestionar y ridiculizar duramente a los personajes públicos contemporáneos, odiados y envidiados por muchos, así como para promover la paz en tiempos de guerra. Lisístrata es una comedia que da ejemplo de ello. En esta pieza literaria no sólo se critica lo absurdo de la guerra, sino que es, quizás, uno de los textos más antiguos en el que se reivindican los derechos de participación política de la mujer:
¿No podemos dar un consejo a la República? Somos mujeres, sin duda, ¿pero es ese motivo para rechazarnos, si traemos algún consuelo para nuestros males? Nosotras también pagamos nuestra parte en los impuestos.
Mientras otros enseñaban retórica, Aristófanes, con gran sentido poético, ponía en escena la caricatura del poder. Si, como dijo Cioran, Francia tuvo la dicha de haber entrado en la modernidad con un escéptico como Montaigne, es decir, con preguntas antes que respuestas, la vieja Grecia fue afortunada por representar en sus escenarios la mordacidad de Aristófanes; instrumento, sin duda, de educación cívica.